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SEVERÁ: UN RINCÓN MÁGICO DEL SINÚ

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Foto: Las imágenes fotográficas de estas tres personas, nacidas, criadas y residentes en el pueblito de Severá, región rural del municipio de Cereté, representan tanto las características físicas, bioquímicas y del mismo comportamiento  observado, de linajes familiares dentro del entorno Fenotipo.  

 

La gente oriunda del territorio geográfico Severá, pueblo encontrado entre ramales de cruces de aguas, por el antiguo legendario Río Sinú, caños y ciénagas, apuntan a una clara identidad cultural, partiendo del color blanco, sobre una gran mayoría del 88,76% de sus habitantes.  

 

Cuento:  

Autoría: YURY FORERO JIMÉNEZ 

Severá, enero de 2024. MILENIO LITERARIA 

Buscando en nuestro linaje, entre veces, se encuentran historias interesantes. Ponte en la búsqueda de tus ancestros y hallarás historias, cuentos, sitios y lugares mágicos de la Tierra.  

 

Escribo y narro un cuento que, te invita a muchas cosas. Buscar interrogantes e inquietarte por lo que no te quieran contar.  De repente, chocarte con historias, como  la de una súper mamá que vino a la ciudad a buscar trabajo, a ganar plata. Pero melancólica huyó de un matrimonio perfecto, o atravesó una montaña, para separarse de su esposo, tras una mejor vida, o un abuelo mafioso que se escondió en el llano. 

 

Podría tropezarte  con un cachaco que, retorna con una costeña y su familia al clima frio de Bogotá. ¡Eso sí!, esos pueblos de Colombia, donde tu naces nunca se olvidan. 

 

Esta es la historia de un lugar mágico en la Costa Caribe colombiana, ubicado a 30 minutos de Cereté, la Ciudad Blanca. Por caminos de trochas, a unos 15 kilómetros aparece  un corregimiento llamado Severá Se fundó en 1750 por familias indígenas provenientes del Medio Sinú; hacia 1972 se organizaron haciendo chozas a las orillas del Caño Viejo  o Bien Común. Fuente de agua dulce que, le proporcionaba beneficios en la pesca y de la caza a los habitantes del lugar.  

 

Entras por Pelayo, puedes pasar por el puente o por el Planchón sobre el rio Sinú. Mejor te aconsejo entrar por el planchón que es la vía vieja; porque así puedes disfrutar del paisaje del río, todo un paraíso, disfrutar del dialecto de los lugareños, que siempre tienen noticias que contar, productos que también venden de la zona, o anécdotas ricas en dichos y cuentos nacidos de la costumbre.   

 

En las lluvias es dificultosa la entrada y salida al pueblo, los residentes se transportan actualmente en moto, en esa época hace más de cincuenta años era en burro y los más pudientes a caballo. La niña Tere o Teresita, tuvo la suerte de nacer en ese caserío que hoy es corregimiento y disfrutar de un ambiente maravilloso a orillas de los caños más hermosos de la zona, con una variedad de fauna y flora muy exuberantes. 

 

Ella amaba las ciénagas de la zona, por esa sensación de paz, de bienestar que producen esos espejos de aguas que son ambientes mágicos; ella adoraba las pequeñas garzas de cuello largo, así como los pisinguitos de la zona, el chavarri, de pequeña se enamoró de un pisinguitos, y este corría detrás de ella como si fuera su mamá, y prestaba también un caballito, “El timbalero”, el que siempre acariciaba y montaba en la finca vecina, a veces la vieron corriendo carrera de caballos en la recocha de amigos y vecinos.  

 

Su mamá era una mujer muy humilde, Bercila era su nombre, ella empezó a montar burro cuando acompañaba a su mamá al caño Lara a buscar el agua para la tinaja. 

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Algo muy especial tiene este caserío, si tú lo recorres, son dos calles largas son tres kilómetros, divididas por un caño, El Bien Común, son carreteras destapadas con mucha piedra suelta, muy paisajístico. Y Rural. Zona habitada por indígenas, jornaleros y campesinos.  

 

Caminando puedes llegar al humedal de Corralito, donde te encuentras un paisaje exuberante, a este ecosistema, confluyen las aguas del Caño la Caimanera, y las del rio Sinú.  

 

Actualmente, es una zona de conservación, de investigación y de cultura. Se debe recorrer con los habitantes de la zona. 

 

 

Foto: “Tere”, “Teresita” o “Doña Teresa Jiménez”, imagen fotográfica cuando lucía su esbelto cuerpo de mujer de agua, fango y campo, en aquellos otras épocas del hoy pueblo Severá. Sitio rural en donde los embrujos de las noches oscuras no han encontrado la identidad originaria del primer asentamiento humano, debido la textura fenotípica del nativo de la actualidad en el siglo 21

 

La niña Tere como algunos la llamaron vivió en varios lugares entre ellos Cartagena, la ciudad histórica, donde sus tías la educaron; en los mejores colegios, aunque en esos tiempos poco se estudiaba. viajo en barco desde Puerto Escondido a Cartagena, donde recuerda las tías, Lala, Fela, Génova, sin embargo, a su pequeño pueblo no lo olvidaba y lo llevaba siempre en su corazón.  

 

Y llegó el día. Conociendo a su gran amor un cachaco comerciante, amante de caminar y recorrer los pueblos de Córdoba, con quien formó una familia de cuatro mujeres. 

 

Cuando vivía en su pueblito, recuerda que su mamá tenía una latica de esas doradas de galletas, donde guardaba las monedas, y ese día como por obra y gracia, a la mamá, indígenas criadas tradicionalmente en los valores, se le perdió la moneda de cinco chivos, que en ese entonces era de la más baja denominación, pero con la que compraba los alimentos del hogar, la liga que llamaban, las verduras eran metidas  en una maceta. Toda la recolección de forma natural.  

 

Bueno, el cuento es que esta mamá se puso furiosa, y dijo que la moneda debía aparecer, y ponerla donde estaba. Ella corrió a atrapar a Tere. Escabullándose sobre un solitario matorral, cruzando una cerca de púas, hasta acordarse de la púa, al enredarle la pierna, sufriendo una cortada cerca de la rodilla. Para su asombro, una vez en el suelo encontró que, el caballo estaba  a su lado, tratando de protegerla, y los  pisinguitos hacia su cabeza en un ¡no! Rotundo, total que hacía asombrar a su madre. 

 

 ¡Lo cierto es que Bercila recapacito y sabía que sus hijas nunca harían esto, porque muchas veces le decía que esa platica de la lata era para comprar la comida, el que se acercaba a la lata, sentía que debía proteger y guardar el trabajo de la mamá, cosas que se van aprendiendo todos los días, era un ¡respeto inconmensurable!. Varios días después a Bercila le dijeron que otra niña cogió la moneda y la vieron comprando galletas de limón en la tienda, con una moneda similar. 

 

Este corregimiento que se lleva en el corazón, todo el que se va lo recuerda, todo el que se queda ama sus paisajes y su gente buena, educada en valores; desde este sitio mágico, podías según cuentan, llegar a lorica, empujando canoas en el caño bien común, hasta encontrar el Rio Sinú, tardabas un día en llegar. 

 

Lo cierto es que este paraje lacustre, estaba formado por magistrales ciénagas, que se han ido perdiendo con la acción del hombre. Hoy puedes también visitar o hacer un recorrido por Boca de la Puya, donde el Caño La Caimanera, sobre el pueblo La Madera se divide en dos. Vertiendo sus aguas claras y negruzcas a  la Ciénaga Pacha, pegada al paraje “Baño Negro, un punto de pesca. 

 

Esta mujer afortunada, no de tesoros, sino de un inmenso corazón, siempre buscó el amor de Dios, orando por cada integrante de su familia. Trabajó en las droguerías Sinú una familia; formó una familia, cuatro hijas, once nietos, hasta ahora ocho bisnietos. Ha tenido muchos bienes materiales, pero ha aprendido a desprenderse de ellos, pues no fue el objetivo de su vida coleccionar lo material. 

 

 El rumbo la conduce  a la capital, donde continuó su vida, trabajó, como modista, cociendo para un satélite de pijamas, y haciendo turnos de enfermera en varias clínicas al norte de la ciudad. Siendo el soporte moral y espiritual que siempre ha guiado esta familia, y de muchos coterráneos que migraron a la capital y contaron con su hospitalidad; todo lo aprendía con gran facilidad.  Pudo adaptarte al ambiente citadino. Combinar las comidas sin olvidar, su  mote de queso, y el pescao frito, el arroz encocado. Pero nunca de Bercila, como de los diez hermanos por parte de madre y otro sinnúmero por parte de papá. 

 

Cada día de su vida, se hizo de calor, del sol costeño, del cielo severalero, de las ciénagas del lugar se iluminó con el sol o la lluvia, con las plantas, el amor y el sentimiento que albergaba en su interior, de la cultura indígena trasmitida de su madre, amor a la naturaleza y a los valores humanos.  

 

En su desplazamiento siguió viendo los lugares con los ojos del alma, ellos pueden ver la belleza de las flores, el azul infinito del cielo, el chis chis, inagotable de la capital, o el arcoíris que se confunde con los edificios de las ciudades.  

 

El día lo recreaba también con los dichos, y el acento costeño, el Guepaje del porro, con música vallenata, con cada nota maravillosa que ponía para las personas que la saludaban, la sonrisa que puedes devolverles, y la alegría de ayudar a quien lo necesita. 

 

 Vuelve a escuchar las historias de los abuelos, eso es muy interesante; puedes encontrar lo que ella pensaba también, mi pueblo no lo cambio por nada del mundo, que me entierren en Severá. (Primer trabajo literario presentado por la enorme masa humana del “Club Amigos Lectores Milenio), 

 

 
 
 

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