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AÑORANZAS DE LA NIÑEZ

¿Qué  nos facilita el saber? Resulta bastante complejo acertarnos nosotros mismos en  la realidad de la vida.  Sé que  nada sé. Pienso luego existo. Será verdad.  ¿Es el hombre, la Loca Sinfonía?  Ver, para creer.  

 

ENSAYO LITERARIO: HUGO MIGUEL BUELVAS POSDADA: Diciembre de 2024. 

 

El chorrito de humo negruzco escapándose sobre el caballete de la casa de palma.  El eco de otras voces. El trinar de distintas especies de aves silvestres, sobrevolando los aires del entorno bucólico. Las lluvias cayendo encima de arboledas y ramales.  El alumbrado de mechones. El canto entristecido del Yacabó o del chiné.  El chiflido que eran los cantares.  Pero sí, los fandangos y las fiestas de toros en corralejas. El soplar de las trompetas y el bombo de las bandas pelayeras, ya estremecían a la pequeña población.   

 

La dulce y descontaminada agua del otrora Río Sinú, atestando las  ollas y tinajas de barro. La tutumita para beberla. Las noches frescas de climas saludables.  La martillada de las tres comidas diarias. Transcurrir las vidas tranquilas.  El burro y el perro, fieles amigos del habitante. Eran aquellos tiempos de  oro o dorados  de los años 1940. Conviviendo el entonces pueblo agradable de Mateo Gómez. 

¿Qué era mundo el domingo 11 de junio de1944? Si a las 12 del día, tras la mirada de la sombra en la tierra. Escucharse el primer chillido del muchacho dentro del cuarto de clima fresco.  Que Ana Carmela, pujaba su primer  hijo. Quienes nacimos y nos criamos en la Casa de Palma, situada en el patio de piso verduzco en los tiempos de lluvia.  Ejemplo, hoy por hoy, lográramos recoger todos esos  momentos y almacenarlos  en la mente. Podría ser fantástico para escribir las  historias incognitas o no descifrables a estas otras alturas de la humanidad. 

 

Fotografiar tanto la primera casa de palma, adyacente al inmenso patio tropical.  Retroceder la  memoria a los cuatro añitos  de 1948, resultaría ahora cotejar ensayos  literarios de mentiras o de realidades.  ¿A dónde vivíamos?  ¿Quiénes éramos?  El pájaro  azulejo trinando sobre los  ramales de los  palos de mango.  Las aguas corriendo  velozmente por las orillitas de la calle Las Flores (hoy Las Letras), fueron otros  espacios de tiempos vividos.  

 

Las ranas  blancas y bicolores hacían sus  festejos cantando atrapadas por  los ramales de árboles. Las  noches oscuras, que solo  el canto del gallo, el ladrido de perros y el maullar de gatos, eran los  ruidos que se percibían a  la  distancia. 

 

¿Pero que había dentro de la casa de palma?  Unas expresiones de la abuela Ana Dolores, de los padres, Miguel y Ana, de la tía Guillo o del yumeca Enrique.  Siendo así,  los tiempos del silencio y el respeto entre los  pocos pobladores. 

 

Ochenta años más seis meses, después, todos esos  mundos vividos de la infancia,  los guardamos mentalizados.  Por supuesto, la invención humana es prodigiosa que, podemos  expresar  todos los  repertorios de entonces. La partera María Solera. Mujer de cabello rubio retorcido en gajitos, vestida de  polleronas largas y florales.  De caminar lento pero conversona, permanecía encima de la  cama  de tablas en que la  vieja Ana Carmela  los echó a los aires  naturales.  

 

La tripita ombligar, aun colgando sobre el cuerpecito delgado, era curada por Mayo Solera untando gotitas de aceite esenciado. La abuela Ana no descansaba por darle vuelta de reojo al primer  nieto  (El Lochi), como  nos trataban nuestros  padres.  

 

Fueron los otros tiempos, sin  saber o comprender  sobre qué trataba la religión de la gente.  La historia, el  habla y las  costumbres.  Pero la realidad de todas las cosas.  Detrás o antes del domingo 11 de junio de 1944; ya existía otra clase de gentes. Ahí por  la mismita calle Las Flores.  Los ecos ensordaban por  el  palabrerío de Bartola Pacheco. Avisando a la vecindad pequeñita de la  llegada  de las lanchas. Sea de Cartagena o de la  Monteria. 

 

Por lo menos serían dos siglos vividos por otros mundos humanos. Pero la certeza de la casa de palma y el patio, nos invitan hoy más que todo, comparar diversos  espacios de  tiempos.  Percibir los  distintos  modos de ecos y  de voces de los  habitantes. Ya entrados  a los cinco años, 1949, veíamos las paredes blancas de la  casa desvanecerse a pedacitos.  

 

Vivir las eras de la subienda de  peces del mítico Río Sinú. Rimeros de gajos de plátanos,  manzanos y guineos, pudriéndose en las matas caídas sobre el suelo. Siendo las fiestas  de la pajarera. Porque, el hombre de entonces, poseía alimentaciones  por granel. Tanto la abuela Ana, como Ana Carmela y la tía Guillo, nos  sorprendían  con las  mazamorras  de plátano maduro y de  maíz chorote. 

 

Para estos días decembrinos, ignorábamos  todo. No se hablaba  de Dios o de santos. Menos de misas o retoque de campanas o de festejos de años nuevos. ¿Cuáles mundos  vivbiamos? Eran unos laberintos sin principios y fines.   

 

Bueno, ante todo: los primeros años de vida, fueron suficientes para adquirir las  enseñanzas hogareñas.  De la  abuelita, Ana, logramos copiarle diversidades  de historias, permitiendo  escribir el Libro VIDA.  Años infantes, nadie hablaba de epidemias, enfermedades.  Por lo general, el habitante parecía no morir. Tampoco recordamos  haber visto un cadáver encajonado y transportado a cualquiera de  los cementerios. 

 

Alrededor de 1.590, primeros humanos asentaban al otro lado del gran Río Sinú. Siendo otros de los dorados tiempos, en que, ese habitante Zenú, distribuidos por  los sitios Bergantín, La Montonera y Los Páez, sus cuerpos se saciaban de oro  puro,  hasta sin saber que era tan  metal brillante.  

 

No obstante, 1716, la llegada de los primeros españoles, al húmedo y boscoso territorio, inicia la horrible noche para los nativos.  En un dos  por tres, exterminan la población nativa.  Corriendo 1.719, los séquitos  de la Baptista, Juan Ramos y Cristóbal  Jiménez de León, apoderarse de  vastos  territorios  linderos corriendo desde Puchaca (límites San Pelayo), hasta Bergantín, se enfrentaron entre sí, precisamente sobre  los  mismos  territorios, debido al poderío del oro. Pues,  ya esos  mundos existieron siglos  antes que,  primer  hijito de Miguel Gerónimo y Ana Carmela. 

 

Eran las épocas doradas de la única y principal Ruta del Río Sinú, donde el primer vagón  cruza  por  sus  aguas  el  año 1.870. Aparejada al comienzo de la  impetuosa navegabilidad,  duradera  hasta  1.960. No existía el otro caño o actual mocho de río,  surgido en 1902.  Era también, 1925, nuestra calle, hoy Las Letras; veía  florecer  la  literatura de la palabra y los escritos en,  los  dos  periódicos  Esfuerzo y Erial.   

 

El solo espacio sentarnos sobre un  tronquito de palo, por delante unas piedras, allá detrás  del  viejo patio, nos  transporta  a los pensamientos de aquellos otros  modelos de  mundos.  Entre sí, virar hacia  el viejo rancho de palma, con una vida útil (1.895- 1987).  La nuestra casa de palma, lugar  predilecto de una historia en gestación. A todos  los  familiares, amigos  y  lectores de MILENIO, navidades  2024  felices y año 2025, en  sana  paz  social.  

 

 

 

 

  

 

 
 
 

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