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“En la manzana 9 lote 4, he muerto y nacido muchas veces” DANITH URANGO TUIRÁN

Por Miguel Buelvas Sibaja (MigMar):



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Por aquello de los principios de la crónica y por hacer honor a la amistad misma, buscaba en mi memoria, frágil ella, una fecha exacta o aproximada a mi primer encuentro consciente con Danith Urango Tuirán, poeta que hace poco dejó para siempre el espacio físico que aún nosotros caminamos.

 

Encontré entonces en mi bandeja de entrada de mi correo hotmail, un correo del 3 de junio de 2012, donde me compartía el borrador de su poemario Cabalgando en el español. Sin leer aún el libro, el título me hizo imaginar a los conquistadores arrasando a caballo las lenguas nativas. Él, heredero natural de los zenúes sin lengua, escribe desde la voz de los conquistadores el lenguaje que se le impuso a sus antepasados. Por allá, en el poema ENE (N), vi que la visión que nos ofrecía el poemario, era la visión el conquistador: “Avanzando la conquista por la tierra/ Un país en forma de N nos topamos,/Lugar paradisiaco, abundan los pájaros,/Emiten cantos enigmáticos.”  Todo un libro que partía del fonema, atravesaba la oración y llegaba a la mínima partícula, las letras del abecedario. Cuando conversamos sobre el libro me dejó claro que su intención, no era una diatriba al idioma, aunque escondía el rencor por las salvajadas a nuestros indigenas, él quería rendir tributo a través del libro solo a tres personajes que no aparecía en el libro: Miguel de Cervantes Saavedra, Miguel Hernández y Federico García Lorca.

 

Al recordar a Lorca mi memoria fue más al pasado, ya no me situaba en 2012, sino en 2010. Recuerdo bien ese año porque Danith me prestó uno de sus libros más preciados, una antología de Federico García Lorca. Durante el tiempo que el libro estuvo en mis manos crucé con Danith muchos diálogos sobre la poesía del inmolado andaluz, pues él no paraba por preguntarme sobre la lectura del mismo. No puedo negar que su insistencia me llevó a ahondar más en el contraste entre la poesía del Romancero Gitano, terrígena ella, nunca diría folclórica y la poesía de un libro como Poeta en Nueva York. Aunque nunca me lo confesó directamente, por sus comentarios él admiraba más al Lorca del Romancero Gitano, en tanto yo prefería los versos de “Oda al rey del harlem”.

 

Un poco más atrás en el tiempo ¿acaso 2000? conocí su casa. Residía en el barrio Juan XXIII, en la Manzana 9 Lote 4. Pasaron varios años para que visitara físicamente su casa. Lo de 2000 no fue palpación de su vivienda por los sentidos, ocurre que ese año me compartió uno de los poemas que hacía parte de su poemario Los Números, acaso el central, era ese que me compartía, Manzana 9 lote 4, donde, más que el espacio fisico, Danith resumía su vida de ausencias y carencias. En ese poema en particular leí también al poeta español Miguel Hernández: “En una línea no simétrica,/por donde los paralelos no pasan/ni los meridianos confluyen/está mi casa/en la manzana sin posibilidades/y con un número negativo cerrado.”.

 

Todo lo emprendido por Danith, en el campo poético, era una gesta. La creación de sus libros no era mera generación espontánea al estilo surrealista; detrás de cada uno había investigación temática, histórica, literaria y cultural (creo que pudo haber sido un gran investigador sociocultural si se lo hubiera propuesto); su participación en festivales y recitales de la región, pasaba por la previa preocupación diaria de saber qué iba a leer, cómo podía homenajear al lugar y a las gentes que lo iban a acoger y sus invitaciones a congresos y encuentros internacionales, pasaba por la odisea de los recursos mínimos para el transporte.

 

En una fecha que no preciso, de esos cafés compartidos con Danith, salió a flote el siquiatra amigo de Raúl Gómez Jattin, José Luis Calume Llorente, un conversador elocuente que conocería años después y cuya temática persistente de los poetas malditos, en una visión que apreciaba más la vida maldita que la poesía misma, parece que marcó al Danith de los años futuros.

 

Hay una faceta permanente de Danith Urango que está ligada a los recitales, pues si algo lo emocionaba era ser parte de los mismos. No sé si era consciente, pero la musicalidad de sus poemas cobraban otra dimensión cuando era él quien los recitaba, pues su lengua adherida a sus ancestros y a la tierra, arrastraba el entusiasmo de una niñez eufórica.

 

El primer recital que tuve ocasión de compartir con él fue a comienzos de la década del 2000; por intermedio de Soad Louis Lakah, fuimos en representación de Córdoba, en mi caso de manera inmerecida pues yo hacía apenas esbozos de poesías, a un festival poético en el municipio de Calamar. Creo que eran dos o tres días y nuestra participación en el acto central, estaba agendada para el último día, lo que no impidió que Danith se las ingeniara para leer en todos los espacios alternativos posibles.

 

Aunque lo decía de labios para afuera creo que nunca aceptó que los eventos culturales y festivales literarios, eran asuntos de amigos con amigos, pues no se cansaba de indagar a uno y otro poeta conocido, si hacía parte de la programación. Y de tanto preguntar le nacía una perorata que bien podía criticar al evento en sí o al alma misma de los organizadores; en eso era demasiado humano y dejaba al descubierto emociones que terminaban muchas veces en un café de la ciudad, leyendo para pocos amigos los poemas que no iban a leerse en esos eventos que habían preferido su silencio.

 

Ninguno como él, ha hecho de la poesía un verdadero ritual. Era una especie de chamán que permitía leer, desde su mente atormentada por dioses (¿acaso zenúes?) el significado de cada palabra antes de ser sonido común.

 

En el contexto del debate literario, nunca se ciñó a hipocresías propias de la diplomacia 'entre iguales'; no era él un igual a los otros, vivió siempre su propia marginalidad y ello le permitió expresarse con impertinencia, movido a veces por los afectos que, en él, fueron eternos.

 

Ahora recuerdo. Fue en la década de 1990 cuando nos conocimos, iba yo por primera vez a un taller con el grupo de Arte y Literatura el Túnel. Era un sábado y el taller literario que regentaba José Luis Garcés Gonźlaez, funcionaba en los patios del Tránsito Municipal. Allí, en medio de autos oxidados y deshuesados acaso por los mismos que los custodiaban, bajo un calor propio de Montería, escuché por primera vez el poema: Cabeza e’ gato, que años después maravilló a David Sánchez Juliao y que hacen parte de su poemario Chocho de ají, carne salada y otros poemas.

 

Buen viaje, poeta, sé que donde estés sigues cargando sobre tus hombros esa casa inmortal que nos legaste a todos: Manzana 9 Lote 4.

 

 

MANZANA NUEVE LOTE CUATRO

 

En una línea no simétrica,

por donde los paralelos no pasan

ni los meridianos confluyen

está mi casa

en la manzana sin posibilidades

y con un número negativo cerrado.

Me trajeron a esta morada

me amarraron con libertades

que me frenan cruzar

la línea de los límites comunes.

Aquí se han fraguado tres lustros

y un poco más de mi existencia oscura,

he sembrado frutos para el mañana,

he soñado otras cosas no logradas.

Se enraízan en la tierra las paredes.

Un lebrel las cuida,

un gato amarillo alegre

que de tanto pintarlo de negro perdió su magia.

Nunca hay un pájaro enjaulado.

Dejo que el viento cante en las cortinas

Y juegue en los asientos.

No pinto de negro sus mañanas

ni quito las estrellas de su noche.

En ella gira el mundo sin cesar

Y hay siempre un constante tic tac.

Sé por qué lado le sale el sol

y en qué lado tiene el mar.

No cierro las puertas nunca

ni las abro mucho tampoco.

La luz la engalana toda,

no hay sombra sobre la luz

ni oscuro sobre lo oscuro

pero hay una sombra

a la que no le conozco el rostro.

En la manzana nueve y lote cuatro

he muerto y nacido muchas veces.


Poema de Danith Urango Tuirán

 
 
 

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