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JORGE HELÍ: UNA MECHA PRENDIDA

La mirada coquetona, de pelo canoso, entradas perdidas sobre el centro de la cabeza; es el retrato que aparece encima de una pared  de la casa campestre. Mucho parecido al ya  pasadito de años, JORGE HELÍ GUERRERO TRUJILÑO.  

El mono que  ahora no alcanza siquiera  romper el rótulo de rimeros de libros, tirados algarete porto  el  comedor  y  que  los  perritos  josiquean. 

 

Pero Rosario, es quien  se  lleva  los   aplausos,  ganando  reinados de diseños fotográficos. 

 

Crónica: Hugo Miguel Buelvas Posada:  MILENIO 2024 

 

La imagen calcada, trazada por figuritas sobre un trozo de lienzo, dejó chorrear pisquitas de adornos matizados, mostrando el semblante físico. Hablemos del retrato hecho a pulso de la mano femenina.  

 

La imagen fotográfica recoge el furor característico de El Mono Guerrero.  Apodo surgido desde su  niñez, en la plenitud partidista de la Convención santandereana. Jorge Helí, aquel muchacho delgado escurridizo, embrujado entre una trilogía cultural. Y que, sus carcajadas a todo vapor, le hacen convertirse en el conversón.  

 

Este retrato, que una tarde primaveral, era del libardismo criollito, entre un inesperado  aguacero, caían granizos golpeando los techos caseros, Jorge Helí, arropado pie a cabeza con una sábana oscura, interrumpe al rancho céntrico. Rosarito, al acumular  el bulto negro, zumba a correr y  encerrarse al cuarto de atrás. 

 

La jocosa pieza lingüística de Jorge. El trepa que sube.  Dicho currambero o de los ñeros, abre la boca exclamado ¡caraaaajoooo!..Fue que la Buelvas, abre la puerta falsa y se asombra por el pelaje de  Helí. 

 

Rosario, abogada y institutora universitaria, portadora del kínder de los dominó, hacedora  de  mazamorra arrocera por   las  noches de cada jueves; se enamoró más  de los ripios de  pelos entreverados lucidos en  la  cabeza de  Jorge Helí. 

 

Pasan los días, en  que  el  monito, continúa  llegando  remojado  a  la  casa mayor. Fue una noche estrellada en que, el economista llegado a la Montería   un 18  de junio, apresurado  por hallar al turco Elías Bechara,  hasta confundido con Fals Borda, de reojos se miraba en la  sombra pareciéndose ser el  mismo, pero  mudo. 

 

Masticando chicles y tragando agua a tutiplén, entre pasitos de  tortuga. Siempre chiflando fuerte, corre en bola de fuegos hacia la calle.  Asustado por parecerse al  retrato. Rosario le capea a la  distancia. El monito sonriendo alto, larga su  carcajada y toca el dibujo. 

 

¡Eche, ese man,  parece Bechara!.. Al cabo del  tiempo largo, comiéndose un guiso de  hicoteas, a orillas del Sinú. Su reflexión, le  convence ser el mismo  de mecha prendida. 

 

 

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