MOMPOX: NO ES BOSQUE SANTANDER- ALBARRADA DE LAS CEIBAS. ZUZÚA O MAHAMÓN
- mileniolarevista
- hace 4 horas
- 5 Min. de lectura

Territorio Sagrado de nuestra ancestralidad afroanfibia
Reivindicación de un territorio negado por la historia oficial
Por: Alberto García Delgado
Maestro Consejero Mayor
MCMXLVII – MMLVIII
CXI... Mompoj, 10 09 2025
Cuando el río Karihuaña —como lo nombraban nuestros ancestrales Malibúes y que luego los españoles rebautizaron, desconociendo su nombre aborigen, como Río Grande de la Magdalena, éste desbordaba sus aguas e inundaba la albarrada, traía consigo semillas de vida y para la vida.
Ya estaba construida la ciudad al estilo sevillano, con mano de obra traída de África y los Malibúes, casi exterminados, con las murallas que pretendían contener la fuerza de la naturaleza.
Sin embargo, el río seguía su curso, buscando salidas y encontrándose, muchas veces, con las aguas que venían de los playones, por allá por donde había un palenque.
En los barrios periféricos, Zuzua y Mahamón, habitaban comunidades afrodescendientes y originarias, los mismos que no fueron protegidos por aquellas muros coloniales. Algunos restos de muralla se extendieron hasta el Fuerte de San Anselmo, un poco más allá de la esquina de San Miguel, pero con el tiempo terminaron destruidas y sepultadas por la “revitalización” de la albarrada y las obras de alcantarillado.
Cada año, el río entraba a la ciudad sin pedir permiso, atravesando calles y callejones e inundando casas, hasta donde llegaban las canoas. Por eso, a mediados del siglo XX, se construyeron algunas barreras en el rio, más allá de la antigua planta eléctrica, cerca de la Escuela Normal.
Albarrada de las Ceibas
La naturaleza, siempre sabia, respondió con sedimentos fértiles que, en cada crecida, dejaban su herencia en forma de semillas: ceibas abundantes, pintacanillos, cañahuates, orejeros, jobos, robles morados, naranjuelos, campanos o samanes, árboles de Suán, y muchas especies medicinales.
Nuestros bisabuelos, abuelos y abuelas, descendientes afroanfibios, comenzaron a llamar aquel lugar como Albarrada de las Ceibas. No fue un nombre casual: era el reconocimiento de un espacio de vida, la cotidianidad, resistencia y espiritualidad.
Allí se refugiaron familias laboriosas: artesanos, calafateros del puerto de Santa Teresa, trabajadores, mecánicos y electricistas como don Diego Ospino, quien arreglaba la planta eléctrica cuando nadie más sabía hacerlo.
También encontró refugio Francisco Mandinga, nuestro héroe, un “negro liberto”, curandero y sabedor cuya memoria sigue silenciada y casi desconocida. Desde Santa Teresa hasta la Cruz (el puerto de Minguillo), familias enteras habitaron esa albarrada por más de ocho décadas, entre otras (Ospino Navas, Acuña Muñoz, Elizabeth Martinez, Elias Abdala, Rosmira Segovia de Gutierrez, Gladys Bolívar y el Mello Torres, no puedo dejar de mencionar al famoso cazador de tigre y caimanes: Quintín Arguelles y Peyo Peyo, en toda la esquina de la Cruz). Hoy ese espacio se redujo a cemento, rebautizado como Parque del Jazz qué no hace parte de nuestra cultura.
Las aves, los mamíferos y las plantas medicinales eran parte de un equilibrio sagrado. No se pedía permiso a nadie, salvo a la naturaleza, para recogerlas. Ese lugar era tan tranquilo que muchos hermanos pescaban en las orillas del río y jóvenes bañándose para pasar a la isla Kimbay a buscar mango.
Cambios de nombre que intentaron borrar nuestra memoria: Zuzua y Mahamón.
Ya entrado el período Repúblicano, tambien llegaron los intentos y politicas de desarraigo. Los aristócratas y adinerados de Mompox colonial, apoyados por académicos y políticos, impusieron nombres ajenos que borraban nuestra identidad colectiva.
El barrio Zuzua pasó a llamarse Cuartel Santander, aqui muestro la placa que está en esquina de lasTres Cruces con calle Real del Medio, éste nombre también se puede constatar en las escrituras públicas de la época, y el barrio Mahamón también perdió su raíz, se le llamó barrio Sucre y se erige un monumento a ese prócer. Luego, en medio de las disputas entre liberales y conservadores, a Zuzua lo redujeron a un nombre vacío: Barrio Arriba, y al barrio Mahamón: Barrio Sucre, hoy barrio Abajo.
Unos nombres que nada dice de nuestro origen, que no vibra en nuestra memoria. Pero Zuzua sigue vivo en nuestro inconsciente colectivo, en honor a nuestros abuelos, que nos llaman a reconstruir nuestra dignidad como territorio.
Albarrada de las Ceibas.
De la misma manera, a la Albarrada de las Ceibas le impusieron el título de Bosque Santander, con una estatua, que no ha encontrado lugar fijo, abarcando desde Santa Bárbara-Coco Sólo hasta Minguillo. Hoy incluso algunos turistas le llaman “malecón”. Pero ese no es su nombre.
Ese lugar es espacio sagrado, donde hubo puertos, fogones rituales, secretos de curación y memorias comunitarias: Albarrada de las Ceibas.
Memoria, esparcimiento y dignidad ancestral
En la Albarrada de las Ceibas crecimos, jugamos, estudiamos y compartimos. Allí se celebraban las tómbolas juveniles encerradas con cabuyas y entusiasmo popular. Allí buscamos sombra bajo la ceiba o descanso en sus escaños de cemento o de madera. Fue lugar de vida popular, nunca de monumento oficial.
Mompox ha sido llamada ciudad desde la colonia, pero es más que eso: es territorio de memoria afrodescendiente y originaria, negado y silenciado por la aristocracia dominante momposina.
Reivindicar el nombre es devolver la historia al pueblo. Por eso afirmamos con firmeza:
La Albarrada de las Ceibas es memoria viva y activa. No, a nombres impuestos: ni Bosque Santander ni malecón. Reivindicamos también el nombre de nuestro barrio: Zuzua, no Barrio Arriba.
Zuzua es raíz, es historia, es resistencia.
Nombrar con verdad es dignificar. Y la dignidad es la herencia que debemos defender en honor a nuestros ancestros, a nuestros abuelos, a nuestra afroanfibianidad y a los árboles sagrados que nos dieron vida y orgullo de ser ribereños.
Ahora hagámonos algunas preguntas para un debate sensible, reflexionar y apelar a la conciencia ciudadana.
¿Qué importancia tiene para los momposinos la reivindicación de los nombres y lugares ancestrales? ¿Será posible reconstruir y rescatar la esencia de nuestro verdadero origen?
¿Podremos desde la escuela y el hogar sembrar sentido de pertenencia, amor al territorio y a la ancestralidad?
Identidad y memoria
¿Qué se pierde de nuestra historia colectiva cuando aceptamos que se borren o cambien los nombres ancestrales de nuestros territorios?
¿Qué significa para un pueblo dejar de reconocer el lugar donde crecieron nuestros bisabuelos, los abuelos y abuelas?
¿Cómo podemos resignificar la Albarrada de las Ceibas como espacio de orgullo afroanfibio y comunitario, en lugar de aceptar la versión impuesta?
Justicia social
¿Es justo que un espacio que albergó a familias trabajadoras de artesanos, sabedores y curanderos sea hoy reducido a cemento y turismo sin memoria?
¿Qué responsabilidad tenemos como Qué responsabilidad tenemos como comunidad frente al olvido impuesto por las élites que han querido borrar nuestras raíces?
¿Cómo podemos integrar a las nuevas generaciones en la defensa de la Albarrada, de manera que se reconozca como un territorio comunitario y sagrado, y no solo como un “parque urbano”?
Ecología activa y conservación
¿Qué pasará con las especies de árboles, plantas medicinales, frutales y sagrados si la Albarrada de las Ceibas sigue perdiendo su esencia y equilibrio natural?
¿Qué papel tienen las comunidades, los estudiantes y las instituciones educativas en la conservación ecológica de este espacio ancestral?
¿Podría la Albarrada convertirse en un aula viva de educación ambiental y ancestral, donde se transmitan los saberes de la relación entre el río, los árboles y el ser humano?
¿Qué sentimos al ver que el cemento reemplaza la sombra fresca de las ceibas, naranjuelos, cañahuates, orejeros, y la memoria de los que allí vivieron?
En Mompoj, aún existimos, algunos, que estamos dispuestos a rescatar la dignidad y ancestralidad.
Comentarios